De las setas y las copas a las tutorías, pasando por la Plaza del Lago.
En torno a la chimenea que existía en una salita anexa al salón de la casa que hoy alberga nuestro Centro de Día, escuché a un buen amigo de La Huertecica, Juanjo Chocano, maestro del desaparecido Colectivo de Educación de Adultos “Ateneo de Cultura Popular” de Los Dolores, profundizar en algunos aspectos que deben acompañar a cualquier acción de voluntariado social. Fue en uno de los encuentros que se organizaban en Comunidad Terapéutica entre las personas residentes del centro y personas vinculadas a otros movimientos sociales de Cartagena, a las que se invitaba a dar a conocer su asociación y compartir sus experiencias y su motivación para formar parte de ellas. Aquella noche, Juanjo, explicó que pertenecer al voluntariado social de cualquier entidad, implica colaborar con ella con la intención de transformar la realidad injusta sobre la que actúa, y añadió que todas las actuaciones realizadas en este tipo de voluntariado deben realizarse desinteresadamente, sin obtener ningún beneficio a cambio. Estas afirmaciones se ajustan a la filosofía que late en el Voluntariado Social de La Huertecica, al que pertenezco desde su fundación y del que fui coordinador varios años.
En los años 80, el germen del voluntariado de La Huertecica fue un grupo de personas comprometidas y generosas que, convencidas de la necesidad de dar respuestas prácticas a la realidad sangrante que sufría la juventud de Cartagena en relación con el tráfico y consumo de drogas, y de la importancia de concienciar a la ciudadanía y exigir respuestas adecuadas a las instituciones, pusieron su inquietud, su saber, su oficio, su tiempo y su dinero al servicio de unos proyectos incipientes que había que poner en marcha y que les ilusionaban.
Cuando hubo que configurarlo, nuestro voluntariado se concibió como un elemento esencial e imprescindible para la asociación y para las personas que recibieran tratamiento en ella. Por eso, se diseñó un proyecto que, lejos de reducir sus funciones a meras acciones asistenciales más propias del voluntarismo, lo arropara y lo reforzara dándole cabida y protagonismo en acciones encaminadas a la difusión, la concienciación y la reivindicación, y también en los procesos de rehabilitación de las personas a las que se atendía, para los que se entendió que el apoyo del voluntariado resultaba imprescindible.
Al principio, las reuniones tenían lugar los sábados por la mañana en la Urbanización Mediterráneo, a cuya parroquia estaban vinculadas muchas personas del barrio concienciadas socialmente que compartían con La Huertecica su deseo de participar en la transformación de su entorno, incidiendo muy especialmente en las causas de las diferencias sociales, que propiciaban, y siguen propiciando 40 años después, esta problemática injusta.
Conforme fueron estando más definidos y consolidados los programas de tratamiento, pertenecer al Voluntariado de La Huertecica podía significar asumir funciones de mucho peso y responsabilidad. Así ocurría con el equipo de Acogida, integrado exclusivamente por personas voluntarias. También en la Comunidad Terapéutica donde los fines de semana, por un lado, se sustituía durante gran parte del tiempo a los profesionales, asumiendo la responsabilidad del funcionamiento del centro y el acompañamiento educativo de las personas que allí residían y , por otro, en las llamadas tutorías, en las que se acompañaba en sus salidas del centro a quienes se encontraban en segunda fase del proceso de rehabilitación que, aunque empezaban a avanzar, necesitaban apoyo y referencias en su progresivo reencuentro con familiares, amistades y la realidad de la calle. Todo esto se realizaba en estrecha colaboración con el equipo de tratamiento y, lógicamente, siempre que se reunieran la aptitud y la actitud adecuadas.
De ahí que, en aquellas reuniones semanales, además de planificar y asignar las tareas para dar respuesta a las necesidades que en cada momento hubiera que atender, se seguía un plan de formación que fomentaba la toma de conciencia y la reflexión crítica, convencidos de que solo a partir de un buen análisis de la realidad sociopolítica se podía dar una respuesta eficiente como colectivo. Además, se compartían y revisaban en el grupo las experiencias a las que nos íbamos enfrentando, especialmente en el acompañamiento a las personas que hacían tratamiento, analizando las dificultades con las que nos encontrábamos para ir puliendo nuestras intervenciones. Todo esto generaba un clima de confianza que en aquellas primeras reuniones se reforzaba a la salida, tomando el aperitivo en un bar cercano que se prestaba a prepararnos las setas que cultivaban en balas de paja los usuarios de los primeros proyectos que se llevaron a cabo.
Cuando se abrió la Casa de Acogida de Los Dolores, con condiciones para ser también sede social del colectivo, las reuniones del voluntariado se trasladaron allí y empezaron a ser los viernes a última hora de la tarde. En aquella etapa el grupo lo conformaba un número amplio y variado de personas, la mayoría muy jóvenes, comprometidas con otros jóvenes a los que querían apoyar en su decisión de transformar su vida y durante el trayecto que tendrían que recorrer para ello, y lo hacían ofreciéndoles generosamente su tiempo, su energía y sus capacidades. Al acabar la reunión, siempre había dos personas que iban directamente a Comunidad Terapéutica a dar el relevo a los educadores del centro y pasar allí la noche. Y se producía un hecho curioso y muy significativo, porque, a continuación, era frecuente que estos educadores se unieran al resto de voluntarios que habían cambiado los aperitivos de los sábados por la cena y las copas de los viernes por la noche. La fuerza de las vivencias compartidas y el alto grado de compromiso, más allá del papel de cada persona dentro de la asociación, propiciaron una conciencia de grupo cohesionado que, acabada la diversión del viernes por la noche, se volvía a reencontrar el sábado por la mañana en la Plaza del Lago apoyando las protestas del Colectivo de Padres y Madres contra la Droga, que se concentraba allí para defender los derechos de sus hijos. Y, muchas veces, de allí, a comer y pasar la tarde en Comunidad Terapéutica o a las tutorías. Este ritmo trepidante, alimentado por la sensación de estar participando de algo grande, también favoreció que surgieran noviazgos, bodas y, con el paso de los años, hasta hijos. Pero sobre todo amistad, mucha y muy duradera amistad, en un tiempo en el que, igual que en el resto de proyectos de La Huertecica, en el voluntariado existía una clara conciencia de la necesidad de compaginar la reivindicación con la intervención educativa.
Todavía no existía en España la titulación de Educación Social y quienes reunían el perfil y la vocación para serlo se habían curtido como animadores socioculturales, catequistas o monitores de tiempo libre, por lo que en La Huertecica el voluntariado fue también la cantera y el escaparate de donde poder elegir a los mejores profesionales. Por aquel grupo, del que también formaron parte personas rehabilitadas en nuestros centros y familiares, fue pasando gran parte de las personas que asumieron y asumen en la actualidad responsabilidades organizativas y educativas en La Huertecica, ya sea desde la gestión, la dirección de proyectos, los equipos de tratamiento o la Junta Directiva. Para facilitar el acceso al tratamiento a muchas personas procedentes de localidades de la Región muy alejadas de Cartagena, la asociación decidió abrir otra Casa de Acogida en la ciudad de Murcia, donde surgió un segundo grupo de voluntariado. Y durante varios años llegó a contar con un tercero en Lorca, vinculado a la Asociación La Buhardilla, que agrupaba a personas rehabilitadas e insertadas socialmente tras su paso por La Huertecica y a sus familiares y amigos. En ese tiempo, se organizaron varios encuentros formativos y de convivencia entre los tres grupos.
Progresivamente, las normativas fueron regulando los grupos de voluntariado y la actividad de los centros terapéuticos, con lo que algunas de las prácticas habituales se vieron modificadas o dejaron de realizarse. Surgieron las plataformas de voluntariado, los voluntariados universitarios y los créditos para quienes participaran en ellos, y la obligatoriedad de que las entidades elaboraran registros de personas voluntarias y las aseguraran. Por otro lado, en Cataluña tituló la primera promoción universitaria de Educación Social y se creó su primer colegio profesional, que generosamente reconoció la trayectoria de muchas personas voluntarias de todo el Estado, facilitando su homologación en función de la titulación que tuvieran, y previa acreditación de su experiencia y su vinculación a entidades de utilidad social. En medio de esta transformación, más recientemente, surgieron también posibilidades de financiación para los grupos de voluntariado, y el de La Huertecica se constituyó en asociación juvenil con el nombre de Voluntariado de Acción Social, lo que le permite acceder a una subvención del Ayuntamiento de Cartagena. Actualmente, este grupo celebra sus reuniones, sin periodicidad fija, los sábados por la mañana en la Comunidad Terapéutica.
Para el pasado 15 de abril, Juana Sánchez y Carmen Cueto, actuales coordinadoras del Programa de promoción del Voluntariado Social, organizaron un encuentro al que también se invitó al resto de participantes del colectivo. Asistieron profesionales de todos los proyectos e integrantes de la Comisión de Acción Social, de la Junta Directiva y del Colectivo Asesoría Jurídica en Exclusión Social (antiguo Colectivo de Madres y Padres contra la Droga). En total, 23 personas que, en una jugosa y emocionante ronda de presentación, fueron compartiendo visiones, inquietudes, disponibilidad y vivencias personales en relación con su actividad voluntaria dentro de La Huertecica. Como se reflejó en muchas de las intervenciones, en nuestra asociación, la acción voluntaria no está restringida a los miembros de su Voluntariado Social, pues en ella existen espacios de participación en los que se diseñan actividades que contribuyen a reforzar el prestigio del colectivo y su presencia social, en los que puede colaborar cualquier persona que se sienta vinculada con ella. Y así lo hacen de continuo personas que simpatizan con la entidad y muchos de sus profesionales, conscientes de la importancia de mantener una Asociación fuerte que garantice la continuidad de los proyectos que dan servicio a las personas destinatarias de estos.
El Voluntariado de La Huertecica sigue abierto a personas mayores de 18 años con interés de colaborar, aprender, disfrutar y participar de la experiencia de compartir y acompañar a personas con dificultades sociales. Una de las acciones en las que se concreta esta colaboración sigue siendo la tutoría con personas que están en tratamiento en los recursos de la entidad, a las que se acompaña en sus salidas programadas, siguiendo las indicaciones del equipo de profesionales, pudiendo acompañarlas también a citas médicas o a realizar gestiones requeridas por organismos públicos. Las personas voluntarias pueden llevar a cabo o unirse a actividades alternativas de ocio que se programan en los centros de tratamiento y, en los centros de emergencia social, apoyan los servicios de higiene y café-calor. Refuerzan en cualquiera de los centros a los equipos de profesionales en actividades de desarrollo en grupo, y se encargan de la recogida y distribución por nuestros recursos de los alimentos proporcionados por el Banco de Alimentos de la Región de Murcia. Igualmente, se implican activamente en eventos promovidos por el colectivo tales como la Milla Solidaria o las Jornadas Culturales.
Con todo, ayer y hoy, una de las cosas más importantes que puede hacer y está al alcance de cualquier persona voluntaria es transmitir la misión, la visión y los valores que promueve La Huertecica, ampliando su tejido social y siendo su embajadora y la voz de las personas a las que acompaña allá donde se encuentre.
Salvador Giménez-Balaguer Garcerán
20 de abril de 2023